No te vayas del jardín de la vida sin llevarte una flor

Emilia Santos

Por Emilia Santos Frias | Desconozco quien tuvo la sabiduría de decir: “Siempre hay flores en el mundo para quien lleva un jardín en el alma”, pero abrazo completamente su sentimiento, su representación, porque de vez en vez, es importante desintoxicar el alma, hacer nueva dieta, cargadas de ayunos de amor y tomar nuevas bocanadas de aire, de aliento nuevo.

Empecinada en ese ejercicio que hago de “cuando en vez”, con gran emoción y alegría, este fin de semana ocupé un ratito para  disfrutar  de ese hábito fascinante que tengo por las películas antiguas, y me encontré con Azahares Rojos, de 1961, del director Alfredo Crevenna, en género drama comedia; protagonizada por Francisco Rabal y Teresa Velázquez.

En ella hay excelentes exhortaciones, pero esta me llamó poderosamente la atención: “No te vayas del jardín de la vida sin llevarte una flor…”. ¡Hermosa, real, sentenciosa! Ella en sí misma es una guía de sano vivir, de bien conducirnos en este viaje llamado vida. Hasta hace alusión a la cosecha que debemos recoger, luego de plantar y los frutos a recoger.

Es como si nos dijera: ¡plantemos en nosotros lo que deseamos que florezca en los demás. Sabiendo que, donde una flor florece, también lo hace la esperanza, la fe y el amor! Sin embargo, ese florecer no será posible si no vivimos todas las estaciones del año, con sus temporadas cálidas y frias, para llegar al balance entre estas.

Es necesario que podamos florecer, donde estemos y con quien estemos. El tiempo que tomamos para preparar nuestra tierra del alma; el abono, regadío y proceso de crecimiento de nuestra planta; su floración y finalmente el fruto, es lo que hace importante nuestro andar en este terruño.

Qué luchemos por alcanzar la soñada flor. Qué nos atraiga el sol como le atrae a las flores.     Qué seamos luz y  podamos exhibir su brillo en actos de benevolencia, sin jamás dejar de brillar.

Seamos felices, no perfectos. Busquemos esas cosas, estadíos y actos que nos permitan crecer. Para ello, hay que cuidar lo que introducimos a nuestra mente, y procurar sacar la belleza, dentro de todo el caos en que vivimos. Esa belleza interna que nos caracteriza. ¡Qué nuestra mente y alma expelan aroma de felicidad!.

Es hora de que haya transformación de oruga a mariposa. Si lo creemos, lo podemos lograr, ¡mostremos nuestros colores!

Hasta la próxima entrega amables amigos, amigas.


La autora reside en Santo Domingo, Rep. Dom. Es educadora, periodista, abogada y locutora. (santosemili@gmail.com)

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